Hay personas que ya no me interesa entender, porque tienen
un nivel de predictibilidad angustiante pero me dan letra para esos momentos en
los que me falta un empujón para la imaginación. Hay de a ratos esos momentos
en donde me devano los sesos tratando de entender porque un niño de apenas una década
de vida me inquiere ¿Cuántos departamentos tengo? Posteriormente a haberme
llorado un texto recitado de memoria luego de que unos instantes atrás se
preocupaba porque le arrastraba la mochila. Y es en esos momentos en los que
quisiera que quien no tiene cerebro para pensar, piense y no, es como pedirle
peras al olmo. Y yo de chiquito siempre tuve olmos porque a mi viejo le
encantaba cambiarlos por perritos y nunca jamás les vi salir ni una solita
pera. Es más, aun tengo el último olmo que el plantó en alguna de mis ochenta y
cinco propiedades y saben qué? Todavía no le salen peras. Por otra parte mas allá
de mi reacción de sarcasmo típico y natural de toda mi vida humana empiezo a
creer que debería tomar alguna acción al respecto para evitar historias que se
repiten hasta el hartazgo, pero me freno, porque al parecer a nadie le afecta
en gran proporción que uno se comporte como el papa o como kris y cuando digo a
nadie no es tan cierto, últimamente he notado que hay cierta ley cósmica que se
encarga milagrosamente de emparejar a las personas. Solamente a cada uno de
nosotros nos afecta nuestro propio comportamiento y a sabiendas de esto es que
prefiero que algunos hechos se manifiesten con el tiempo y forma adecuados y yo
solamente preocuparme por lo importante. Si al menos dos de mis hijos vienen a
comer a mi casa, yo voy a tener comida para ellos y algo mas; también voy a
tener amor, que esto último es mucho más fácil de procurar que la comida.
Atte.
Yo.